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un espacio para compartir cuanto reflexiono y oro, lo que he vivido y como lo he vivido desde mi experiencia de fe

"¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?"

Un grito que se pierde en la noche de la incertidumbre... cuando todas las las seguridades se han perdido al hombre sólo le queda lanzar un grito desesperado hacia el abismo que se abre ante sus ojos como oscuridad que se cierne sobre la fe más sólida. 

El sufrimiento tiene eso, que nos coloca delante de nuestro propio límite, del límite de nuestra impotencia y la muerte... la muerte nos coloca ante el miedo de nuestra disolución última y definitiva, cuando pasemos a ser sólo un recuerdo en la memoria de quienes nos han amado, pero ¿Qué pasaría si el hombre pierde incluso la certeza de ser amado? ¿Qué le queda? La soledad, el vacío, el abismo profundo de la nada. 

Jesús en el momento culmen de su entrega se asoma, con el alma encogida, hecha un puño, al abismo profundo de la muerte y entre dolor y muerte, aflora en su alma un grito desesperado, casi ahogado por la agonía de su sufrimiento:

"¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?" (Mt, 27, 46 y Mc, 15, 34).

Y Dios calla...

Calla porque su respuesta está allí, en la cruz: él mismo, Jesús, es la respuesta de Dios, Palabra eterna encarnada por amor. El silencio del Padre en la cruz del Hijo amado, es el silencio de quien acompaña con amor en silencio reverente cuando las palabras no son suficientes y se quedan cortas.

Pero es un silencio que lo inunda todo con la potencia del grito desesperado del que muere en muerte injusta, del que sufre por la opresión de los violentos, el silencio de Dios se vuelve grito en Cristo, grito que reclama nuestro abandono, el abandono de quienes deberíamos tener como principal tarea el Amor.

Silencio... silencio que se vuelve grito... grito que solo puede ser respondido con el Amor gratuito sincero y sin medida, entonces la muerte se llenará de luz y caerá vencida ante el asombro de la mañana de la resurrección. 

 

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