Séptima, octava y novena estaciones

Jesús apenas pudo dar unos pasos, su cansancio y la gravedad de las heridas que le habían causado las continuas torturas a las que había sido sometido desde su arresto en el huerto de los olivos le dificultaban el caminar y aunque ahora era ayudado por Simón cirineo no podía avanzar con la rapidez que el cortejo de esbirros y soldados demandaba de él, por eso a los pocos pasos cayó de bruces al suelo. El cirineo quiso sostenerlo pero se le escapó de la mano y el Señor fue a dar nuevamente al suelo.

Los soldados para levantarlo le daban puntapiés y le gritaban sin piedad, la escena era realmente dolorosa, al ver tanta crueldad las mujeres que caminaban tras de Él se lamentaban a grandes voces, llorando y pidiendo piedad mientras arrojaban sobre sus cabellos tierra, algunas rasgaban sus vestidos y otras mesaban sus cabelleras, Jesús se levantó su rostro cubierto de sangre, escupitajos y polvo del camino descubría a nuestros ojos toda la ternura y la compasión de Dios, entonces  Jesús, volviéndose a ellas, dijo:

«Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegarán días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron! Entonces se pondrán a decir a los montes: ¡Caed sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Cubridnos! Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?».

El camino ya casi terminaba y yo veía con horror el monte de la crucifixión, sobre este se erguían como mudo testimonio de la crueldad humana otras cruces de las que pendían ajusticiados ya sin vida, ¡Que espectáculo tan horrible! aquello me obligó a pensar en el próximo suplicio de Nuestro Señor y mientras meditaba en aquello fue sacado de mi ensimismamiento por los gritos de la turba que trataba de levantar nuevamente a Jesús que había caído nuevamente...